domingo, 25 de septiembre de 2016

Marcelo Finkelstein


El acantilado

Desde el acantilado sólo se divisaba un bote sin tripulante. Había salido a caminar y el azar lo llevó a ese lugar. Su esposa había viajado a ver a la madre que vivía en un pueblo vecino a pocos kilómetros. Últimamente la salud de su suegra se había convertido en una preocupación y su mujer viajaba a menudo a visitarla. Se asomó cuidadosamente y a lo lejos divisó una pareja que caminaba por la angosta playa, dejando sus huellas en la fina arena. Iban tomados de la mano en una actitud decididamente amorosa.
El sol ya se había puesto en el horizonte y las primeras sombras envolvían a la pareja haciendo borrosas sus figuras. Pensó en su mujer y una ola de erotismo le recorrió el cuerpo. Ojalá que volviera con buen ánimo y no demasiado tarde. Esos viajes la cansaban mucho y más de una vez llegaba con jaqueca y sólo atinaba a darse una ducha e irse a dormir.
Los amantes dieron un rodeo, se acercaron al bote que estaba asegurado a una roca, subieron y se alejaron remando lentamente hacia el oeste, donde un pequeño amarradero hacía posible llegar a tierra firme, lejos de los acantilados.
Los vio alejarse con un poco de envidia y la mente puesta en las próximas horas. Emprendió el regreso acuciado por la idea fija. Cuando llegó, ella todavía no estaba.
Pensó en preparar una cena ligera. En eso estaba cuando se abrió la puerta y su esposa con el rostro cansado y el cabello desordenado le dio un beso. Después de dejar su bolso sobre un sillón le contó que estaba agotada del viaje y lo único que quería hacer era darse un baño e irse a descansar. Todas sus fantasías eróticas se derrumbaron.
Mientras el ruido de la ducha llegaba a sus oídos, tomó el bolso y lo llevó al dormitorio. No vio que sobre el sillón una fina estela de arena había dejado su huella.

                                                                             30 de julio 2003

Marcelo Finkelstein
Nació en Buenos Aires, Argentina. Reside en Kibutz Alumot, Israel

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