sábado, 28 de mayo de 2016

Maximiliano Sacristán


El aguafiestas

Abuela regaba las plantas del jardincito del frente,
era verano, hacía calor y nosotros (mi hermano,
un vecino y yo) jugábamos a que no nos mojaba.
La abuela se olvidaba de a ratos
de las alegrías del hogar, para
dirigirnos un chorro traicionero
cuando nos encontraba distraídos.
En eso estacionó un auto y bajó
cierto burócrata que decía responder
a la municipalidad. Anotició a mi abuela
que le haría una multa porque mientras
ella jugaba al carnaval con sus nietos,
en el centro los vecinos estaban sin agua.
Nosotros teníamos agua de pozo, es decir,
la casa se alimentaba no de la red
sino de una napa subterránea
extraída a fuerza de motor.
Pero abuela, cohibida, aceptó la multa
y claro, el entretenimiento carnavalesco
se acabó allí mismo.


Precauciones

Cierta tarde
estando en el patio
sin nada con que entretenerme
noté que sobre el borde
del tapial de la medianera
había pedazos de vidrios de botellas
incrustados de punta.
No pensé “para qué estarán”,
pensé: “el que lo trepe se va a lastimar”.
Agarré una escoba, y con el palo
traté de quitar la amenaza filosa.
Abuela me vio y me explicó:
“Ladrones. Gente mala. Ser precavidos”.
No entendí: seguí pensando
cuánto daño le haría
a quien sea.


I (Temprano, al despertar)

Hay un procedimiento y un proceder
ciertas reglas lúdicas mas no lúcidas
para practicar el Juego que juego.
Es mi Juego. Yo soy el Jugador.
Esta mañana ni bien desperté,
mi primer pensamiento fue para Él.
Me dije ya no queda mucho tiempo
es mejor que explique sus entrañas
los flujos invisibles que lo atraviesan.
Ya es hora, recuerdo que pensé
estando en decúbito supino:
es hora de volver exotérico lo esotérico.


II (A eso de las once, cuando en otoño el sol divide en dos mitades exactas el rectángulo del patio)

Hay una luz que viene del jardín
y me anega por fuera
pero la negrura de la mente se resiste
a expeler en un discurso
“coherente y cohesivo” como me
enseñaron en la escuela
las reglas del Juego que juego
sin necesitar describírmelo
a mí mismo pues de alguna manera sé
qué es cómo se alimenta cuánto vale.
Podría comenzar enumerando sus
componentes como si las partes
delicadamente membretadas
sobre la mesa de disección
formaran un todo
como el que captura el misterio
de un koan apenas
terminó de decirse.
Pero algo puedo articular:
El Juego es su narración
y quien narra crea de la nada
juega el juego de las combinatorias.


Poemas del libro del autor: El arte de nanar. Poesía, Buenos Aires, 2015

Maximiliano Sacristán
Luján, Buenos Aires, Argentina

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