sábado, 28 de mayo de 2016

Martha Goldin


Volver a casa 

Volví. Como se vuelve luego de un tiempo infinito. Volví.
Abrí con la vieja llave la puerta. El silencio me invadió. Sabía que sería así. Pero no me importaba.
Volví. El patio estaba florecido, con sus malvones y jazmines.
Se oían murmullos. Reconocí tu querida voz, mamá. Era tan hermoso escucharte. Y la de papá, la dulce voz de papá. Hablaban con mi hermano, medias caídas y pelota en la mano. 
Me saludaron con el cariño de siempre, como si nada hubiera pasado.
Como si el tiempo no hubiera pasado. 
Comí con ellos, reí con ellos. 
Al pasar frente al espejo me miré. Y cerré fuerte los ojos.
¿Para qué hacerme preguntas?


Agonía

Cuando se despertó estaba sola. Un ligero martilleo la tormentaba. Desesperada buscó imágenes en su interior. Sólo vacío. Entonces ¿era débil, vulnerable?
¿Qué valor tiene un cuerpo incapaz de recordar? En un gesto final intentó escuchar las voces que le venían de lejos. Una le resultó familiar. 
De pronto el calor de manos conocidas. Por un instante creyó que retornaba, alegremente, la memoria.
Habrá que desconectarla. La sentencia le llegó distante. Y obedeciendo una orden casi divina, se apagó.
Acaba de llamar Ángel, comentó la mujer a su marido, dice que se puede colocar otro disco rígido a la compu.


Ema quiere ver a la luna

Ema es una nena de rizos blancos y radiantes ojos azules. En la plaza ve a las palomas, juega con otros chicos, sube al pequeño tobogán y se lanza volando. Con el balde y la pala arma pequeños montículos que desarma riendo. Al anochecer, mientras se hamaca, mira sonriente el cielo y busca a la luna. Pero a veces no hay luna. Entonces la bella dice preocupada
-No tá, no tá- y su carita se pone seria. La abuela le dice que a veces la luna se duerme encima de una nube y que ya despertará
-No tá, no tá- insiste Ema 
No debe la luna ser perezosa cuando la espera una nena porque hay sonrisas que no deben borrarse nunca
Ni siquiera a la espera de la luna.

a Ema

*  *  *

Esa luna, allá arriba, tan redonda. Sólo en una noche así era posible lo imposible.
No debió ser fácil atravesar las sombras, burlar al tiempo y ser de nuevo.
Me abrazaba tan fuerte y feliz que el presente se borró.
Quieta, muy quieta, cuando llegó el momento, ya niña, me fui con ella.

a mi madre

*  *  *

La vuelta 

El sol cae a pique y el asfalto arde.
La mirada de ella se detiene en la baldosa floja, recorre la calle solitaria, el ramaje de los árboles, sus copas sedosas. Como mareada aspira el aire que su piel reconoce. Mi ciudad, dice. Y sonríe.
Liliana y Cristina vienen hacia mí. Tenemos nueve años y un montón de tareas.
Yo acomodo mi maleta de escuela en el hombro, les digo voy con ustedes. Me miran asombradas, piensan, no sé, que de pronto crecí, que no soy quien soy, esta niña con lágrimas, las lágrimas no dejan de caer porque mis amigas no me reconocen, siguen saltando la cuerda, mientras yo, desconcertada, retrocedo hacia la puerta de mi casa, de espaldas busco el picaporte, lo oprimo, sigo retrocediendo en la frescura insólita del zaguán, el olor a jazmines me inunda, toda la casa es un jazmín que me recibe, y me arrojo en brazos de mamá, venga mi nena ¿qué le pasa? y quiero contarle, explicarle todo, pero soy esta bebita rubia de un año y apenas sé balbucear, y mamá me saca de la cuna y me aprieta contra su pecho mientras bajo del avión en Ezeiza, con mis dos hijos de la mano, tras nueve años de exilio. Miro mi ciudad.
El sol cae a pique y el asfalto arde.


Martha Goldin
Buenos Aires, Argentina

4 comentarios:

  1. Buenos relatos, ya desde el primero me encantó las descripciones y sugerencias tan bien llevadas.
    Un abrazo
    Betty

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    1. Agradecida por tu lectura, querida Betty. Me reconforta saber que estos textos han sido de tu agrado.
      Cariños
      Analía

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  2. Buenos relatos cortos. Muy sensitivos.
    Transmiten sentimientos profundos.

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    Respuestas
    1. Gracias por tu lectura y tus conceptos.
      Saludos
      Analía Pascaner

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