miércoles, 11 de noviembre de 2015

Editorial


revista literaria con voz propia nº 66

                  noviembre 2015  

    -en su 9º aniversario-


                          publicación creada en noviembre de 2006
                             distribución y publicación gratuitas
                                 Inscripción: ISSN 2314-0275



Queridos lectores, colaboradores, amigos:

Hace 9 años decidí tomar el camino menos transitado y entonces surgió la revista con voz propia.
Días atrás, el gesto sorpresivo de un ser pegado a mi corazón, me ayudó a recordar el motivo de estas ediciones literarias: esta tarea es un modo de tender mi mano.
Sí… hubo un receso notable. Aunque aquí estoy, nuevamente con ustedes, brindando parte de mí.
Esta publicación es la unión de vuestras voces: se debe a ustedes y por ustedes tiene sentido. Gracias por compartir los 9 años de la revista con voz propia.
Muchas gracias por estar allí… del otro lado de la pantalla. Gracias a mi familia y amigos personales, gracias por sostenerme cada día.
Reciban un abrazo cálido y mis deseos que estén muy bien, disfrutando de las pequeñas-enormes alegrías y satisfacciones recibidas cada día.
Analía Pascaner



El camino no elegido *

Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo,
Y apenado por no poder tomar los dos
Siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie
Mirando uno de ellos tan lejos como pude,
Hasta donde se perdía en la espesura;

Entonces tomé el otro, imparcialmente,
Y habiendo tenido quizás la elección acertada,
Pues era tupido y requería uso;
Aunque en cuanto a lo que vi allí
Hubiera elegido cualquiera de los dos.

Y ambos esa mañana yacían igualmente,
¡Oh, había guardado aquel primero para otro día!
Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante,
Dudé si debía haber regresado sobre mis pasos.

Debo estar diciendo esto con un suspiro
De aquí a la eternidad:
Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,
Yo tomé el menos transitado,
Y eso hizo toda la diferencia.


Robert Frost. The road not taken
Versión de Agustí Bartra

*Publicado en esta revista literaria, noviembre 2010
  
--
En la quietud de la tranquilidad, si prestamos atención, podemos escuchar el susurro del corazón que da fuerza a la debilidad, valor para el miedo, esperanza a la desesperación.
Howard Thurman
--



Autores publicados


revista literaria con voz propia nº 66

     noviembre 2015
                    
          autores publicados en esta edición


- Robert Gurney
- Marta Zabaleta
- Analía Pascaner
- Andrés Bohoslavsky
- Carlos Barbarito
- Damián Andreñuk
- Horacio Laitano
- L. E. Torres
- Marianella Sáenz Mora
- José-Augusto de Carvalho
- Cristina Villanueva
- Gustavo Córdoba
- Victoria Asís
- Esther González Sánchez
- Norma Costanzo
- María Cristina Noguera
- Hilda Augusta Schiavoni
- Eliana Flórez Pineda
- Alejandro Carbia
- Mirta del Carmen Gaziano
- Elena Paso



             revista literaria con voz propia
             ISSN 2314-0275

             Edición y dirección: Analía Pascaner
             San Fernando del Valle de Catamarca
             Catamarca – Argentina

 --
Nadie es inútil en este mundo mientras pueda aliviar un poco la carga a sus semejantes.
Charles Dickens
--


Robert Gurney

Dylan y la casa del párroco

Estaba cansado,
necesitaba escapar
del torbellino del mundo.

Necesitaba un lugar donde reclinar la cabeza
por un tiempo, cualquier lugar,
donde podría encontrar nueva inspiración.

Sintió la tentación de ir a vivir
en la aislada Rectoría
en la Bahía de Rhossili 
en el extremo de la península
de Gower.

Le dijeron
que en ciertas noches
se podía ver en la playa
el fantasma de un párroco
montado en un caballo negro.

Le dijeron
que en las noches de tormenta
se podía ver un carro negro  
tirado por cuatro caballos grises
frenéticamente batidos
por el fantasma
del Escudero Mansell.

Le dijeron
que en la casa del párroco
hubo varios fantasmas,
que un vicario había afirmado
que había oído pasos
en la escalera,
que él y su esposa habían ido a ver
quién estaba allí
y que habían visto
dos fantasmas de piel gris
deslizar hacia ellos,
un hombre y una mujer
en ropa de estilo eduardiano,
que las apariciones simplemente se desvanecieron
ante sus propios ojos.

Le dijeron
que en pleno invierno
el fantasma de un monstruo
emergía del mar
y que dentro de la Rectoría
uno de repente se encontraba inmerso
en un charco frío
de su maldad
y que se oía una espantosa voz que decía
“¿Por qué no te vuelves atrás y me miras?”,
que si uno lo hacía,
no se encontraba nada allí.

Se le dijo
que en una noche oscura
detrás de la colina, detrás de la Rectoría,
a veces se podían sentir
los fantasmas y los huesos de los hombres
de la edad de piedra
venir hacia él
como zombis.

Se le dijeron estas cosas.

A la gente de Rhossili
no les gustan ‘los extranjeros’,
ni siquiera los de Cwmdonkin Drive
de Swansea.

Dylan se apartó,
volvió a la vorágine de Nueva York
donde, un par de meses más tarde, 
murió.

Poema inédito, para la versión española del libro Para Dylan, en preparación


El tsunami (un sueño)

(A mis hijos James y William)

Paseábamos
sin ninguna preocupación
en la playa de Port Eynon.

No vimos venir el tsunami.

Señalábamos
unas piedras altas
que fueron esculpidas
con formas humanas
de pie
en el agua.

Una de ellas
parecía a Dylan.

Fui arrojado
sobre las rocas.

Mi hermano
y su novia
fueron tragados
por el mar.

Todo el mundo desapareció
salvo yo.

Corrí para rescatarlos
pero no los vi
por ningún lugar.

Una a una
la gente reapareció
jadeando
pero ellos no.

Perdía las esperanzas
cuando aparecieron
como corchos.

Nos echamos en la arena
tras la Casa de Sal
y nos dormimos.

Del libro Para Dylan, en preparación.
Versión española del poema 'My Son's Dream', de Robert Edward Gurney, To Dylan, Llyfrau Cambria, Cambria Books, Llandeilo, 2014.


Molestados por tejones

Molestados por tejones
Dylan y Caitlin
yacen en la arcilla del cementerio extra de San Martín
en Laugharne,
mientras que los huesos del Helvetia,
que se hunde año tras año,
en las arenas de Rhossili
parecen no desaparecer jamás.

Poema inédito


La Dama Gris

Cuando piensas
en toda la gente
que has encontrado
y a quienes tal vez
no volverás a ver
pero entran y salen
flotando
de tu mente,
gente cuyos teléfonos
sigues guardando,
sin darte cuenta,
en una vieja libreta,
gente cuyos números
puedes dar
a un amigo
que no has visto
desde hace dos o tres años
que te llama
y te dice
que irá a un país extranjero,
¿no sientes
a veces
que parecen fantasmas
como esa Dama Gris de Luton
que se pasea
y te mira, sin verte
entre la Iglesia de Saint Mary's
y el pub The Cork and Bull?

Último poema pertenece al libro El cuarto oscuro, Lord Byron Ediciones, Madrid, 2008. ISBN 9972-275500-7


Robert Gurney
St. Albans, Inglaterra

Marta Zabaleta

Insomnio testimonial

a Ricardo Rodríguez Pereyra

Pasé el día
abrazada
a mi tristeza

esa furiosa quemazón de los labios
centelleos en los ojos
impureza del trueno en la mañana

flores marchitándose en la lluvia
mis rosas que engalanan la cocina
para morir mañana
 
y ese niño muriéndose en la playa.

4 de septiembre 2015


Árbol en llamas

Siempre que se quema un bosque
acaricio una nuez
y pienso en ti.

Pronto la noche, como la vida,
se vuelve una
enciclopedia interminable.

Y en el roce instantáneo de una mirada,
en la razón sencilla de la hoja que cae
como la luna que danza sobre tu pelo,
percibo ese matiz, aquella inolvidable 
lectura de tu cuerpo.

Londres 14 de abril 2015


Apostasía de la pérdida de la lujuria: di que renuncias, y vuela

Mírate
en el espejo de las horas
desnúdate
en el centro de una plaza
antójame
como un zorro a las uvas
suéñame
toda vestida de arcángel
simbolízame
sin un pan bajo del brazo
sublimízame
en espacios militantes
y luego
desnúdate
y ámame.

Serás ese río que renace en las piedras ya agotadas, manantial de temprana cordillera, una azucena del alba, el perejil de mis azahares, tomillo y harina tostada, lechuza de temporada, medialunas con manjar blanco, tango de la barra brava. Amor, mi amor, te estoy esperando, como el ñandú a la pava. Te haré cepillo de la espuma, limpiaré la historia como alguien que la engrasa, y en un castillo de naipes, habrá un plumero gigante: te veré detrás del agua, no gozarás mucho en tu cama, porque estarás conmigo siempre, soñando junto a la parva o para el caso, gigante, envueltito entre mis sábanas aladas, que sabes ser restinga de la montaña que calla.

Te veo volver, con el grito de mi nombre.


Canto del unicornio

            Renato: para tu tío desaparecido César Negrete

Pero nada la experiencia nos enseña:
el resplandor con que se anuncia el día
a través de su medio favorito, 
la piedad de la tierra,
la gota itinerante,
no saben de rumores
- ay, el collar inacabado de Yanina -
ni de mi estampa:
la carne a trozos
comida a dentelladas
como en circuito cósmico,
la inacabada profesión del desconsuelo
digna de los parásitos de la Luna y de Marte, 
en procesión de duelos y aullidos de espanto.
Lágrimas suben las oscuridades de las minas
y donde estuvo su puño 
hoy se yergue la cruz de un Cristo traicionado. 
Pero sus ojos vibran en todos mis temblores. 
Duermo la tarde interminable con su sonrisa, rota. 
Mas sube el sol, llega tu carta
y hay esperanza.

Londres, 1 de agosto 2005


Marta Zabaleta
Nació en Santa Fe, Argentina. Reside en Londres, Inglaterra

Analía Pascaner

Un camino sin retorno

El deslucido abrigo de cuero pesaba holgado sobre sus hombros. La cabeza inclinada sobre el pecho, el cuello levantado de la campera, las manos dentro de los bolsillos, todo era inútil para protegerse del viento helado. Oscar Rosales caminaba lentamente por las calles desoladas. La llegada repentina del frío había atemorizado a los vecinos.
Pensaba en Matilde y en los amargos calentitos y espumosos, en la sonrisa luminosa y en el calorcito de la estufa a querosén; pensaba en la mirada amable y en el amparo de las paredes cálidas, en las palabras comprensivas y en su propio desaliento.
Oscar pensaba…
Los cincuenta y dos años se apretaban en su cuerpo, la humedad se concentraba en sus huesos, la angustia se traslucía en su rostro. Desalentado, sus pasos conduciéndolo a ningún lugar, Oscar pensaba: ¡Qué imbécil! ¿Cómo pude aceptar la jubilación a los cincuenta? Y no hallaba respuesta a esa pregunta que día a día lo atormentaba más y más.
Bastante tiempo atrás se había agotado el dinero del cheque de la indemnización. Ya no hacía changas en el taller de Edmundo porque el chico de la vuelta, ése que abandonó el colegio, “es más joven y más fuerte, ¿me entiende?”. El dueño del estacionamiento en el cual trabajó unos meses le explicó que “el hijo de Moreno tomará su puesto para pagarse los estudios, buen pibe, ¿vio?”. Ya no se reunía con los amigos a tomar unos vinos en el bar, ¿cómo los pagaría?, no le agradaba aceptar limosnas. Lo borraron del club por falta de pago, ahora ni siquiera podía entrar a la cancha para distraerse, por unos pocos pesos, viendo los partidos de su equipo de la categoría “C”.
Se sentía solo. Estaba solo. La muchachada lo fue dejando solo o tal vez él se fue apartando del camino de aquellos obreros de la fábrica que dio de comer a tantas familias durante tantos años.
Y Oscar pensaba… Al flaco Iriarte y al vasco Urrutia también los tentaron, los hicieron caer como a él. Iriarte juntó su vida en cuatro valijas y se fue a su pueblo natal, allí lo esperaba su madre; y el flaco se fue porque sabía que en casa de la vieja no le faltaría el puchero. Y el vasco, buen tipo, se murió “de depresión” comentaban algunos: dejó de comer, perdió la afiliación al club, no aparecía por el bar, no recibía a los pocos amigos que visitaban su casa; y se murió el vasco, se murió de tristeza y soledad.
Oscar salía a caminar todos los días, empapado por la lluvia o tiritando por el frío, azotado por el viento o agobiado por los cuarenta y tantos grados. Él debía encontrar una salida.
Deambulaba todos los días por el barrio, algunas veces lo acompañaba unos metros el chico diferente, ése… el de la sonrisa despreocupada. Esquivaba la cuadra del bar y la manzana del club; evitaba mirar a aquellas personas con quienes se cruzaba en el camino. Descansaba sentado en un banco de la plaza, esa plaza donde nació la idea, esa plaza donde veía a los pibes jugar con la pelota raída, esa plaza donde los jubilados jugaban a las bochas. Los jubilados de antes, los de setenta y tantos años, los jubilados de verdad. Oscar se sentía joven, sin embargo no todos opinaban lo mismo: para ningún trabajo era joven.
Ese día se movía lentamente, como si sus pies se resistieran a consentirlo en la misión desesperada que tramaba. Su mano acarició el frío del metal que llevaba desde esa mañana en el bolsillo.
Faltaban pocos metros para llegar. Levantó la mirada y observó la bandera gastada sobre la puerta de entrada, un jirón descolorido zamarreado por el viento feroz, y un impulso renovado aceleró sus pasos. Sus pensamientos lo atormentaban, su pulso y su respiración le quemaban, un nudo comprimía su garganta, una piedra apretujaba su estómago. Esa idea lo martirizaba: debía concretarla hoy, le resultaban insoportables las peripecias con que se burlaba desde su mente. Y Oscar pensaba: Matilde… ¿qué diría ella?, y luego se animaba: ¡Qué! si por Matilde lo hago, ella se merece algo mejor.
Faltaban pocos minutos para las veinte horas. Sólo se encontrarían Joaquín y la empleada nueva, ambos terminando un día de trabajo para luego regresar a sus hogares, disfrutar junto a sus familias, entregarse al sueño tranquilo; ambos sabían que al día siguiente un trabajo los esperaba. Repasó el plan una y otra vez. No había posibilidad de error, la policía jamás andaba por allí, a esa hora se internaba en la villa haciendo redadas. Nada podía salir mal. Envalentonado por la angustia traspasó el umbral, sin embargo permaneció inmóvil, la calidez del ambiente lo intimidó.
-¡Qué sorpresa, Oscar! Llegó justo, ya casi cerramos -expresó Joaquín observándolo a través de los lentes-. ¿En qué le puedo ser útil?
Como única respuesta, esbozó una débil sonrisa y se acercó al mostrador susurrando: Pobre Joaquín, cada día más sordo y más miope. La empleada llenaba unas planillas y el encargado regresó a sus papeles. Oscar sacó el revólver del bolsillo y murmuró algo así como “esto es un asalto”. Entonces Joaquín le preguntó:
-¿Cómo dice, Oscar?
Algo más seguro, insistió:
-Don Joaquín, deme la recaudación del día y no les pasará nada a usted ni a la chica.
El encargado, atónito, observó el arma gastada sostenida por una mano temblorosa, se acomodó los lentes y, con torpeza, abrió un cajón debajo del mostrador. Comenzó a sacar los billetes, los cuales Oscar tomaba y hundía de manera desordenada en sus bolsillos.
-Lo van a agarrar, Oscar, y usted es un buen hombre, usted no es de ésos.
-No soy nadie, don Joaquín, no tengo nada, me dieron la jubilación y me arrancaron la dignidad. Deme la plata y me voy de aquí, sé que usted no contará nada, tampoco la chica.
Terminó de guardar los billetes mientras repetía, como intentando convencerse a sí mismo:
-Lo siento, don Joaquín, no es nada contra usted. Ya me voy y todos olvidaremos este incidente.
Oscar notó la expresión de Joaquín: detrás de los vidrios gruesos sus ojos se mostraron sorprendidos y sus labios se torcieron en una mueca grotesca. Oscar no advirtió que la empleada clavó su mirada en la puerta de calle. De pronto escuchó una frase común, una frase que se le ocurrió irreal, y el silencio se rompió con palabras ásperas, lejanas, vacilantes:
-¡Alto, Policía! ¡Suelte el arma! Ponga sus manos detrás de la cabeza y gire lentamente.
Y Oscar pensó… Pensó en Matilde (¡cómo lo iba a extrañar!), en sus amigos, en los pibes jugando el picadito en la plaza, en la sonrisa babeada del chico discapacitado, en los años entregados a la fábrica, en el trabajo que esperaba y jamás llegó, en la plata del cheque que voló, en los hijos que no tuvo, en su juventud perdida por las obligaciones, en sus sueños olvidados, en sus ilusiones de tener algo mejor, de ser alguien mejor, de vivir un poco mejor.
Entonces Oscar pensó. Giró sobre sus talones pausadamente mientras ponía el arma en su sien derecha.
El sonido retumbó en la sala casi vacía del correo.
Y Oscar ya no pensó más.


Noviembre de 2005

Analía Pascaner
Nació en Buenos Aires. Reside en Catamarca, Argentina


Andrés Bohoslavsky

Una tumba en Dunstable

                                   a mi amigo Robert Gurney

No. Yo no estuve allí
echando tierra en la tumba de tu padre.

Por lo menos en forma humana.

Lo contemplé todo
tus cabellos desordenados
la vieja corbata
el traje oscuro del colegio
tus ojos, tu silencio, tu tristeza

yo estaba callado, mirándote

era el pino más cercano
el viento del oeste que susurra en los oídos
la rosa que estaba a la derecha

soy el mirlo que se posa en la piedra blanca
y ruge.


Bancos, desapariciones & otras exquisiteces

para Juan Pablo

En los últimos cinco años las Cortes de Estados Unidos han tenido que resolver causas judiciales en las que se investigaba de qué manera la provisión de bienes y servicios había facilitado la comisión de violaciones graves de derechos humanos. Para sorpresa de muchos, esas decisiones empezaron a responsabilizar seriamente a las empresas que contribuyeron y facilitaron de esa manera el éxito de campañas masivas de delitos graves. Era cuestión de tiempo que las víctimas de la dictadura argentina le preguntaran a un juez si los bancos que otorgaron una masa enorme de préstamos a la dictadura militar son o no responsables por complicidad. Ese momento llegó cuando en marzo de 2009 cuatro víctimas demandaron a esos bancos en los juzgados de Buenos Aires.

Las preguntas y los recuerdos, fluyen solos en la noche marina
la bala que mató a Vladimir, ¿fue financiada por los bancos?
¿el combustible de “los vuelos de la muerte”?
¿la energía con la que se alimentaban las picanas?
¿la nafta de los Falcon verdes?
¿el anónimo lector que compraba “Las flores del mal” con su tarjeta de crédito, colaboraba indirectamente con el terror en los campos de detención?

pensemos entonces lo siguiente:

si la avaricia de los que manejan los sistemas no tiene límite
si acumular riquezas no presenta obstáculos éticos de ningún tipo
si la codicia es infinita e inevitable
si todo esto engendra crueldad y otras bellezas similares
entonces tal vez sea hora de poner vencimiento al dinero
así se convertirá en papel pintado luego de determinada fecha
obligaremos a los avaros a desprenderse de ellos
a regalarlo a las bibliotecas, a embellecer las plazas y los parques
el dinero no tendrá sentido, o tendrá otro
ya no podrán torturar ni secuestrar ni matar
no existirán ricos ni pobres
y donde había un banco, haremos un jardín donde sentarse a leer
o mirar el cielo. 


El espejo de Sara

Tenía ocho o nueve años, pero ya era un racionalista
será por eso que cuando rompí el espejo de mamá
escuché su indignación, riéndome
más aún cuando habló de los malos presagios
de los siete años de desgracias

en casa las cosas siempre andaban mal, desde que recuerde
sin necesidad que se rompiese nada
me hizo reír todo el día su lógica cargada de superstición.

A los pocos días pasó lo de papá
luego, mi hermana Valeria falleció en Londres, en un atentado del IRA
Patty desapareció en los 70’s
a Jaime lo electrocutó la licuadora
y Fabio partió rápido
por una inocente picadura de avispa

pensé que era sólo una mala racha, que todo terminaría pronto
pero luego cayeron otros:
la tía Irma en un choque
al tío Efraín se lo cargó la triple A
mi primo Iván murió en Moscú
mamá dice que fue una pulmonía
pero sé que fue el cuchillo de un marido excesivamente celoso
un insensible y egoísta
y así el paso del tiempo se llevó al resto de la familia

claro, que de este suceso pasaron más de cuarenta años
sólo un tonto pensaría en él
ayer fue su cumpleaños ochenta y tres
realmente la pasamos fantástico, preparó unas tortas exquisitas
tan dulce y espléndida como siempre

no merecía estar tan sola
creo que la sorprendí, no fue fácil conseguirle uno igual
tendrías que haberle visto la cara cuando se me cayó.


Poemas del libro Explotaciones y otras bellezas

Andrés Bohoslavsky

Carlos Barbarito

Porque a veces no alcanza…

Porque a veces no alcanza con respirar;
por encima del suelo, de la hierba que crece
y de las piedras que, dispersas, completan el paisaje.
Inesperada música, un coro en el aire
a capella, un coro en el aire.
Más allá de la decoración, el adorno, el maquillaje,
lo que creemos borde;
más allá del fruto reseco que cuelga,
todavía, de la rama;
hacia una orgullosa, firme claridad
detrás del mero brillo, del solo brillo.
Pero, ¿de dónde procede esta sobrevenida,
por qué dura lo que un parpadeo,
y se va como si nunca hubiese sucedido?


A cierta hora, de tarde…

A Eduardo Dalter

A cierta hora, de tarde, no dudo.
A cierta hora, la hierba es hierba
y llueve de arriba hacia abajo.
El inexplicable, inexplicado mundo
es una mesa breve, de madera de pino,
y sobre ella, un plato con una fruta cortada.
Me desvisto y estoy desnudo.
Y, desnudo, no tengo necesidad de espejo
para confirmar mi desnudez.
A cierta hora el milagro es un olor a madera.
Sólo un olor a madera en el aire.
No alguien caminando sobre el agua
o convirtiendo el agua en vino.
Soy, a esa hora, el que creo ser.
El que abre de par en par los postigos
y deja entrar la brisa, por entero perfumada.


Todo será puesto…

Todo será puesto en la balanza:
el insecto que ahora pugna por levantarse,
tumbado de espaldas, agitando sus patas;
la hoja amarilla que cae sobre el patio embaldosado;
la boca, humana o de bestia, que bebe
luego de una larga jornada bajo el sol;
la mano que junta ramas secas y arma el fuego;
el filo que rebana el pan o hace un tajo en una garganta.


Poemas inéditos

Carlos Barbarito
Muñiz, Buenos Aires, Argentina

Damián Andreñuk

Un jardín antiguamente amado

Estás a salvo.
Te nutre y te conduce
la gran sabiduría
        de la sangre.

Y cuando marches a través de todas tus edades
      como por un jardín antiguamente
                amado,
   cuando concibas a la muerte
      y sus tinieblas insaciables,
   cuando el último brillo de tu boca
      se apague duramente
serás aún
      la fugitiva niña despojada de máscaras
       que los atardeceres reconocen,
serás el amarillo dulce
       que las hojas de otoño
                desvanecen.

Seguirás abriendo con tus manos
bellísimos portales
                    en el aire.


Testigo fútil

Testigo fútil de un poderoso drama sin veracidad,
                  de la perenne sensación de andar sobre derrumbes.
Espectáculo siniestro. Animales heridos.
¡Estoy tan indefenso en mi constante morir!

Me di a una fuga equivocada
y sé que no hay resurrección
(sólo fragmentos de tiempo
conformando siempre un mismo desengaño).

¿Quién me brindará el bálsamo inútil?
¿Quién compensará mi endeble marcha fatal? 


*  *  *

            Despiértame con golpes
      al vértigo exquisito de tu aroma.
            Arrójame con brusquedad
   al sueño abierto y gris de haber nacido.


*  *  *

A la orilla de un río

Se disparó en la sien a la orilla de un río.
Se volteó bruscamente y cayó sobre el pasto. Antes había
                                                           / susurrado
lo que consideró su último grito, su redención, su clamor definitivo.
                                                                / Pero nadie
lo escuchó (y no es lo que quería), nadie acudió para salvarlo.

Al principio fue desesperante; se hundió con ranas y lombrices
                                                          / que atacaron
 su piel. Descubrió sus dedos pegajosos mientras el hedor agotaba 
                                                               / su cerebro.
 El pantano se hizo oscuro y la hierba húmeda se desvaneció en un
                                                        / suave, hipnótico
 e infernal silbido.
      Luego sintió en su cuerpo la caricia de la lluvia
      “es como permanecer abrazado a ella”, pensó.
      Y se rodeó de tinieblas.  


Desde un espacio ínfimo

Identifico en ella lo que se ha ido de mí;
cómo respeta el amor del corazón,
cómo cambia de búsquedas tiznada de nubes,
cómo sangra feliz eludiendo abismarse.

No se arrastra ni se escapa
ni le implica un esfuerzo su autenticidad;
discretamente aporta sus alas,
reconstruye la historia desde un espacio ínfimo
y consigue una versión mucho más pura. 


Esqueleto de ceniza

Lo sé.
No habrá paraíso en mi esqueleto de ceniza.
El amor tiene un rostro invisible idéntico a todo.
Cómo escupe veneno la angustia imperfecta.
Cómo agita el aire con su largo dolor.
Pero hay calma en la blancura.
Sabe que viene un fulgor
de látigos que estallan.
Caerán secas las máscaras.
                  
Es preciso aguardar
más quieto que el silencio
entre crímenes diminutos.
                          Intacto.

Damián Andreñuk
La Plata, Buenos Aires, Argentina

Horacio Laitano

El adusto violinista

 Don Carlos, el adusto violinista, recorre paso a paso las calles de su barrio. Puntilloso como siempre, se detiene en cada esquina y observa las fachadas. Las casas más antiguas despiertan su interés adormecido. Es entonces cuando siente que comienza la mañana. Un día cristalino en su memoria va trayendo silenciosas compañías. Sus primos en el campo, sus tías en la plaza y alguna señorita en la bruma de las tardes…
 Ahora que el tiempo se acumula como el polvo, Don Carlos se refugia en las preguntas que rescatan el sentido de su vida.


María de las Nieves

 -¡Espeluznante, gordo, espeluznante!- gritaba María de las Nieves, dando vueltas en el patio de su casa. Giraba como un trompo y se caía… y volvía a levantarse. Los vecinos se asomaban para verla y en el mismo remolino perdían su equilibrio. El padre de María de las Nieves observaba la escena sin moverse, aferrado con temor a las patas de su silla. Sus sobrinos más pequeños se escondían en la cama…
 -¡Espeluznante, gordo, espeluznante!- coreaban las hermanas de María de las Nieves, sin saber hacia dónde desplazarse…


Dudosas convicciones

 Sabe que los quiere pero siempre tiene dudas. Duda de la madre, duda de la hija y en el hecho de dudar se recompone. Cada vez que se levanta, pone en duda sus dudas anteriores. Convierte el ayer en el mañana y el paso silencioso de las horas en un viejo reloj que no funciona. Instala en su familia el cuerpo de la duda. Entre todos lo alimentan y lo engordan. Lo vuelven tan incómodo y pesado que empiezan a dudar de sus propias intenciones.


Migrantes misteriosos

Cracovia los despide. Son futuros inmigrantes de otras tierras que van a sumergirse en sus días espumosos. Tal vez se casen con otros extranjeros, deseosos de olvidar el sufrimiento. Tantos años de sonoras consonantes se alojan con pudor en la memoria.
-Después, veremos qué sucede -dice el jefe de todos los presentes, envolviendo sus palabras con el humo del cigarro.
-¿Seremos extranjeros? -pregunta alarmada la pequeña secretaria.
-Seremos lo que somos -contesta el gestor que lleva los papeles, mientras ordena el cajón de su escritorio.
Al cabo de unos años, Cracovia los invita a que regresen. De aquellos primeros emigrantes sólo queda una familia que recuerda los sucesos. Un relato minucioso repetido en la penumbra que ellos quieren convertir en sagrado testimonio.


Del libro La reunión de los ausentes. Ediciones Botella al Mar, Buenos Aires, junio 2012

Horacio Laitano
Pergamino, Buenos Aires, Argentina

L. E. Torres

Remembranzas

Te amo porque al amarte te encuentro…

Y mientras Salome baila
en los escombros de mi juventud,
mi cabeza rueda lentamente
por entre los pies enlodados
de los esbirros taimados de la muerte.

Te amo porque al amarte nos envuelve el silencio…

Y los perfumes de las astromelias
de la abuela aún yacen doloridos
en las viejas y lamosas escalinatas,
aún contemplan, ante el detenimiento
del tiempo en sus propias negruras,
el cuerpo del hijo muerto, amortajado
por la más honda de las fieras tristezas,
acurrucado, silente, en algún sepulcro,
allá en la tumbal corona de la azur colina.
Y llueve el dolor por sobre las jaulas de los canarios mudos…

Nos envuelve el silencio de las rosas, de los lirios y del amor…

29/03/2015


Cuarteto fascinado

I

Y es que tengo como unas ganas de irme
Pero una abismal necesidad de quedarme;
Cual esperando lo que no se me debe,
Como lo dijo el gran vidente Vallejo.

Cual esperando con los brazos abiertos
Los númenes macabros y funestos:
El hambre, la soledad, el delirio,
La miseria, la fusta implacable del mundo.

¡Por qué no puede uno cerrar los ojos
Para no sentir que ese viento agreste
De tempestad funérea envuelve el alma!

-¿Dónde está el alma?, preguntan los racionalistas.
Qué dolor y pavor los que siento al quedarme,
Pero aún no sonrío mi despedida.

II

Amándote olvido que no puedo amar,
Olvido que el artista está vacío;
Que es un tirano de fuego sombrío,

Que es una noria que no puede parar;
Un espectro de sempiterno bramar,
Extraviado en un terreno baldío,
En lo escarlata de su desvarío,

En su insondable y horrísono callar.
¡Qué sofisma es este tan rutilante!
Un desbordar de la melancolía

De la muerte en el agrio y fulminante
Rayo de la vida, cual Poesía
De belleza lejana y humeante,
Cual absurda y tonta filosofía…

III

Déjame aquí en el limbo de tus labios,
En donde el vino agrio es esa caída
Dulce a través de los abismos lacios,

Déjame aquí sintiendo la hoz suicida
De mis sentires, que por los espacios
Serpean hondo y lejos de la vida.

Me sé una selva de misterio suave,
¡Como tu limbo!, en donde el desacierto
De lo vivo, de humanidad cubierto,
Clama triste que mi beso lo lave,

¡Pues yo no soy roca en delirio de ave!
Yo soy la vil sonatina del muerto,
El alborozo en el instante yerto,
La fosa oscura, de oscuridad grave…

IV

¡Qué es aquello que buscamos al perdernos!
¡La Vida!, la vida que yace trémula
Y contrita en el pan negro de la muerte.

¡Oh señores, que exquisita belleza!:
La noche deleitosa y ardiente, henchida
Del hedonismo que calcina el alma;
La noche extendida toda en su lecho umbrío,

Exponiendo lentamente su rubí,
Su tesoro, su manzana artera.
¡Ay amor y dolor de la maldad ajena!...

¡Y yo soy un huérfano y yo estoy hambriento
Y sediento! Soy tu amante lucífugo, madre…
Permite que con tus negruras me embriague
Y que lama el no-ser tibio de tu costado…

La verdadera vida está ausente
Rimbaud


L. E. Torres
Colombia

Marianella Sáenz Mora

Travesía hacia la sed

Ahora lleno de ofrendas el aire
y mi voz inscrita en la nada
teme desaparecer si la silencias.

Ráfagas de la oscuridad, mirada ciega,
canela y especias en nuestra piel,
remolinos que recorren como antojos
los campos del tacto y sus mariposas
casi eternas.

Tu presencia flagela mis últimas telas,
desatando Pandoras,
inventando travesías.

¿Quién puede describir el encuentro
entre dos amantes que todavía no saben lo que son,
cuando el tacto traduce las tinieblas
y resquebraja simientes en la evasiva concéntrica del polen?

Del libro Migración a la esperanza

*  *  *

Ciudad rebelde

Me até al destino corrugado de los techos,
temblando apenas,
como el cinc cubierto de aguacero
y escribí fragmentos de este amor
de vino tinto y besos,
de esta rabia a quemarropa,
del impedimento absurdo
ante el robo de mis sueños.

Esculpí la oscuridad,
me negué a olvidar,
a aceptar estas veintenas
que van abrazándonos lentamente el cuerpo,
y disfruté de la osadía egoísta de situarme de primero,
y sufrí la adoración de tus manos, de los relojes ciegos,
de tus labios.

Recorrí a contravía la autopista,
acompañante suicida de tu miedo,
deslicé mi mano en el agónico fragmento de la luna,
sitié las ciudades de la culpa,
recurrí a la ignominia de mis acuerdos previos,
a la amnesia insalubre y lujuriosa,
a la inocencia codiciosa del encuentro.

Y me desperté cantando,
mientras al otro lado del frío,
en la ironía absurda de lo cotidiano,
murales colmados de grafitis perversos,
protagonistas inconformes de su anonimato,
me miraban heridos por sus colores intensos,
como almas que no alcanzan,
el descanso aletargado de lo bello.

No en vano de tanto amar nos duele el cuerpo,
prófugos de la posibilidad,
consumidos y sedientos de común acuerdo.

                            Del poemario Escritorio de injusticias


Marianela Sáenz Mora
San José, Costa Rica