jueves, 9 de octubre de 2014

Carlos Penelas

VI

Acecho, errante,
imágenes que alzan tus cabellos
espejo y claridad
angosta figura disuelta, recogida.
Entra y sale, distraídamente,
leve trasver,
devorada por la cautela y el asombro.
Así voy, indeciso, atravesado de pampas
extraviado en las nubes.
Día tras día, acudes incrédula
en la brevedad del alba.
Perceptible, extraña, sostenida.

VII

Al borde de la nube el hada del bosque
se ha sentado a respirar.
Respira el silencio,
la luz indecible que se desprende del follaje,
un violeta sombroso que musita su aroma.
Apoya la mano en mi pecho,
desborda ocio.
Soy Lancelote que busca en el lago
desencanto y amor y claridad mojada.
Llevo el fuego, la sombra del círculo.
La noche avanza sobre su imagen
cimbreante, alzada, esmorecida.
Cierro los ojos y el corazón desvaría.
El hada, desde una nube rojiza.

VIII

Siento en vos,
hembra atada a la niebla
en estas horas de ramajes y plazas,
mientras los días rememoran el vaho de la aldea
el combate de la lluvia,
la incertidumbre de la noche
en tus senos.
Bella desconocida
balanceas el cuerpo sonriente
húmeda de verano y muda ausencia.
Lengua sagrada que recoge mi miembro
pronunciando palabras oraculares.
Detenida, ¡oh, cielos! entre mis piernas.
Cansada de eternidad, perdida.
  
IX

Así te gozo. Sin que sepas
del mundo,
el trasamor vencido
por donde entremiro impávido.
Soplo que me espacia y me aísla.
La soledad recoge las miradas
de padres y hermanos que arrastraron
ángeles heridos por las hojas,
por distraídos pájaros
recubiertos de escamas y de llanuras.
Te descubro distante.
Imagino entre noches
el hechizo que aventa los cabellos.

XI

Basta un estremecimiento
para alimentar el follaje y el día.
Basta un temblor afín en el sueño
-antes o después del silencio-
para que una sombra repita su desnudez
como un espejismo en la marea de la noche.
Sin embargo,
todo es una furtiva ambigüedad del aire,
el reflejo de otra prisión,
una isla rota cubierta de caracoles y odio y luto.
Ahora ajusto la distancia de su rostro.
La transparencia de la amada
derrumba la muerte y la luz azulina
como un animal solitario
que está insomne de noche.


Carlos Penelas. Buenos Aires, Argentina


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Para saber algo, no basta con haberlo aprendido.
Lucio Anneo Séneca
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