domingo, 20 de marzo de 2011

Ada Inés Lerner

-Ituzaingó, Buenos Aires, Argentina-

Por aquello de que…


Cuando el pibe de los vecinos llegó con la noticia, en la casa lo escucharon como los adultos escuchan a los chicos, “como quien oye llover”. Y así me lo contó Remigia, la mamá del pibe. La novedad pareció irse enraizando en el inconsciente familiar, “cuando el río suena…”. Remi me lo dijo con un cierto dejo de credulidad. Y una lucecita de esperanza en sus ojos negros. Hasta ahí me negué a avalar una idea que me parecía con poco asidero. Instalado en la familia, era tema de conversación en la mesa, y comenzamos a otorgarle crédito. El rumor no nos afectaba directa ni indirectamente. Pero uno no vive en una isla y “cuando veas cortar las barbas de tu vecino…”. Mi marido, que es el que tiene las barbas, lo desestimó de plano: “No creas en todo lo que escuchas ni…”.
Aún así mi piba lo llevó a la escuela. La portera, caja de resonancia de cualquier establecimiento educativo, se lo contó a la preceptora, ésta a la maestra, y llegó a la vice. La directora consultó con la inspectora, a la sazón mi vecina Remigia, quien convencida de la veracidad de la noticia se aprestó a informar a sus superiores.


Cotidiano

Con el alba la maestra en un sueño profundo. Como si algún designio misterioso diera la orden, el amor diario se pone en funcionamiento. Las risas de uno, dos, cientos, todos los niños forman una orquesta afinada. Los padres miran enamorados ese laberinto que es la escuela y los hijos emiten gorgojeos tempranos.
Una campana detiene la ciudadela. Una joven bonita, aunque con cara de maestra de matemáticas, logra vociferar: ¡Alumnos, al aula! Se quiebra el silencio de un sueño y todo vuelve a la normalidad.


A salvo

Dicen que estoy loca. Puede ser.
He despertado de un profundo sueño y he descubierto que me han robado el amor; sí, el amor que había construido y que llevaba adelante por la vida, por las calles atestadas de hombres y mujeres, hombres y mujeres que se ríen de mí aunque otras personas me temen, se llenan de espanto.
Y ese hombre, ese hombre al que amé, de pie en la puerta de mi casa, grita: “¡Miren! ¡Está loca!”
Alcé la cabeza y al no ver el sol mi alma desnuda -desnuda de tantas heridas- se inflamó y ya no quise tener más amores. Así fue que me convertí en una loca.
Sí, por fin he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de ser inadvertida, inabordable. Pero no piensen que me enorgullezco de mi locura: no estoy a salvo del amor…


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Cualquiera que se tome demasiado en serio corre el riesgo de parecer ridículo. No ocurre lo mismo con quien siempre es capaz de reírse de sí mismo.
Václav Havel

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