domingo, 12 de diciembre de 2010

Silvia Susana Rivera

-Bahía Blanca, Buenos Aires, Argentina-

Blend

Una gota trae la otra y así todas juntas, se combinan en música. Bailan sobre las piedras, se estiran y se convierten en charcos líquidos donde saltan los sapos. Hay olor a sapo, un olor pegajoso, verde y granulado. El sapo baila jazz con un paraguas sobre su cabeza. Tiene una sonrisa lipstick en su boca, unas enormes y alargadas pestañas postizas e innumerables collares de oro colgando de su cuello. En uno de sus raros dedos un anillo con diamantes.
Hasta podría decir que anoche lo vi, sentado en una mesa en el cabaret de enfrente, disfrazado de hombre a veces y de puta en otras.
Cuando era hombre, llevaba saco, corbata blanca, camisa negra, sombrero de ala ladeada, grotescos collares de oro y una extraña mirada sapuna. Un bulto enorme debajo de su axila izquierda. Según dicen, oculta una Magnum para defenderse de sus rivales en los “negocios”.
Cuando este personaje desaparecía entre la niebla de las luces, de pronto como nacida de esa misma bruma, la dueña de todas las miradas del local, era una puta de guantes blancos largos, con un vestido verde sapo ajustado al cuerpo, parece que el mafioso le regaló un anillo de diamantes. Es realmente una mujer hermosa, con una boca grande y unos ojazos verdes que produce un encantamiento en quien la mira. Los hombres quedan totalmente patas para arriba y la billetera abierta.
Cierta noche de lluvia al cabaret llegó una banda de música, traían un saxo, una trompeta, un clarinete, una guitarra, un contrabajo y un pianista. Con ellos cantaba una mujer morena con unas rosas blancas en el pelo. Parecía gente normal. Sacaron sus instrumentos y de pronto…, el sonido amalgamado de la banda tomó por sorpresa al mafioso, que instantáneamente, fascinado por el sonido, se convirtió en la mujer de vestido verde sapo. Pero el hechizo mayor se produjo cuando la voz ronca de la cantante, causó un desgarro en el vestido ajustado de la otra, mostrando jirones de piel verde, rugosa, con motas negras.
“The shadow of your smails” susurraba la cantante. El mafioso sentado a su mesa de negocios, sintió cómo su corazón se enredaba en sus collares de oro, saltaba enloquecido dentro de su traje. Intentaba por momentos sacar algo de su axila izquierda, pero la música lo enloquecía, lo poseía y sufría sucesivas mutaciones como convulsiones de la memoria: de mafioso a la puta del cabaret, de mujer a hombre, de dorado a verde o de verde a dorado y cuando la música cesó: se convirtió al fin en el sapo que se escondía en la bodega del cabaret.
Y es así que, en las noches de lluvia o cuando el calor apretujado de humedad, canta o baila jazz con un paraguas sobre su cabeza, dorados collares colgando de su cuello y el brillo de un diamante semeja a una gota que encandila.


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Utiliza tus debilidades para fortalecerte.
Laurence Olivier

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