domingo, 4 de marzo de 2007

Rodolfo Leiro

No puedo

Yo asumí con mi crónica paciencia
sin una sola queja de mi suerte,
la inmensa desventura de no verte,
el tremendo vacío de tu ausencia;

hallar en un vestigio de elocuencia
la razón esencial de no tenerte,
en el recio rolar en que perderte
era un simple destino; coincidencia

en que juntas rotaban la demencia,
un tamiz de nefasta providencia
en la cósmica prez de mi delirio;

me llamaba, de pronto, la imprudencia,
yo preferí el recuerdo, la turgencia
de tu pecho flotando sobre un lirio.

Más no puedo escapar de este martirio.

Del libro Mazorcas adultas


Estar sin estar

Con mi habitual parsimonia
y la inusual ceremonia
de ofrendar mi pecho abierto,
vi que el orbe enajenado,
con su paso conturbado,
rodaba sobre un desierto.

Como si un vestigio incierto
triscara en raro concierto
voz de un púlpito crispado,

rodé a mi vez como un cierto
sentido de hallarme muerto
dentro de un pulso inviolado.

Me vi sin mar y sin puerto.

Vivir y estar sepultado.

Del libro Mazorcas adultas


No dejo nada

Preparo mi equipaje, despacioso,
con la calma habitual de cada anciano,
rescato de mi página de humano
con cierto fatalismo licencioso.

el muro, mi clavel, el paso ansioso,
mi parra, la placita, andén, verano,
mi amistad, mi ternura, limpia mano,
la caricia primera, el armonioso,

el garbo de su paso primoroso,
mi casita, la esquina, el empeñoso
festín de mi rayuela displicente:

efigie de mis viejos, mi alborada,
mi luto, mi dolor. No dejo nada.
Sólo un beso final sobre tu frente.


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El humor, aunque sea universal, no es en todas las literaturas el mismo tipo de humor. (…) El humor argentino es ambiguo, dudoso; está siempre al borde de aquella categoría que inventó Macedonio Fernández: el casi chiste. Puede llegar a ser negro, herético, paródico, incluso absolutamente cómico, pero siempre tiene un sarcástico matiz de crueldad, y tal vez sea esto lo que se confunde con la “tristeza argentina”. Porque el antónimo de tristeza es alegría, y el humor argentino nunca es alegre. Mark Twain sería inconcebible entre nosotros. El argentino no se ríe de contento, se ríe por instinto de conservación. Si dejara de tomarse la realidad en broma sería un perfecto amargado, cosa que suele pasarle en cuanto se descuida un poco.
Abelardo Castillo

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