miércoles, 7 de marzo de 2007

Miriam Díaz

Moños Negros

Vos lavabas el auto aquella tarde, hace poco, hace treinta años, un rato apenas. Mamá te cebaba mates y yo hacía lo que más me gustaba por aquellos tiempos: me llenaba de barro. La calle era la casa, el vecindario era la parentela y los hijos teníamos muchos padres y muchas casas para tomar la leche donde nos encontrara el hambre. La felicidad era tan fácil como un poco de agua con jabón que recorría tus manos. De repente, te escuché decir algo, un lamento se encerraba en una palabra “no”…
- Qué pasó papi?
- Subieron los militares…
Yo no sabía quienes eran los militares ni a dónde habían subido, pero me bastó ver tus ojos para darme cuenta que algo terrible pasaba. Tus manos chorreaban jabón como lágrimas y ya no quisiste los mates de mamá. De pronto había un duelo en casa y yo no encontraba el muerto.
Pasaban los días y el silencio era un peso insoportable, la gente bajaba los ojos y todo se llenaba de oscuridad.

Esa noche
Ese año

patearon el portón
empezó el mundial
eran muchos con armas
éramos casi todos con euforia
gritaron
gritaron
caían los libros y los discos
caían los papelitos tan argentinos
papá no tenía agenda
papá gritó los goles con vergüenza
suplicamos y nos perdonaron la vida
ganamos el 78 y nos cagaron la vida

Crecí inevitablemente y me metí en los peores lugares que son los mejores y no me importaba nada justamente porque me importaba todo. Y gritaba como se usaba a mis 16 y como te vi hacerlo tantas veces.
Pero las cosas pasan y ese mediodía algo te habían dicho de mis andanzas, llegaste como un huracán, sacaste mis libros rojos y los empezaste a quemar; fue tu sangre en mis venas la que me levantó de la silla en un movimiento sobrenatural y me llevó a meter las manos en el fuego y sacar lo que era mío. Dicen que me quemé, dicen que hubo médicos y tratamiento y no sé qué… no recuerdo eso, no tiene importancia… sólo me veo sacando mis libros y arrojándote toda mi insolencia que es la tuya:
- No vuelvas a tocar mis cosas.
Pasó el temblor y empezamos a juntar los escombros, la democracia no era la democracia era un perdón infame, y yo gritaba, y vinieron las leyes, y yo gritaba, y felices pascuas y yo gritaba:
- Basta, tengo mucho miedo por vos nena.
- Yo también papi, yo también…
Ruina sobre ruina, no podíamos cerrar los cajones porque no había cuerpos, pero la gente compraba microondas y viajaba a Cancún.


Fue hace un rato nomás, treinta años apenas. Será que ya viví más de la mitad de mi vida, será que es mucha la tristeza, pero empiezo a sentir que ya tenemos a los muertos, ya podemos poner los moños negros.


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Si no hay arbitrio de olvidar las injurias, porque este acto pende de mi memoria, al menos he aprendido a perdonarlas, porque que este acto depende de mi corazón.
José de San Martín

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